Crónica de las Naciones Unidas: ¡Reverdezcamos nuestro mundo!
El reto de fomentar el consenso más allá de la comunidad científica
El reto de fomentar el consenso más allá de la comunidad científica
Por TimothyE.Wirth
La inminencia y gravedad de los problemas que plantean los cambios acelerados del clima a nivel mundial se hacen cada vez más evidentes. Las olas de calor son cada vez más rigurosas, las sequías y lluvias torrenciales más intensas, las placas de hielo de Groenlandia están retrocediendo, el nivel del mar sube y la acidificación creciente de los océanos amenaza con perjudicar la cadena alimenticia del medio marino.
La ventana de oportunidad para mantener las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero dentro de unos márgenes aceptables va disminuyendo mientras que los costes de mitigación y adaptación se incrementan implacablemente. Al mismo tiempo, también se está produciendo una convergencia creciente de la ciencia, la economía, la tecnología y las finanzas para guiar la acción internacional con vistas a hacer frente al cambio climático. Está claro que un futuro de energía sostenible no sólo es posible sino también asequible, pero son necesarias una mayor voluntad política y la colaboración entre países desarrollados y países en desarrollo. Además, esos pasos deben asentarse sobre la base de la comprensión y apoyo del público.
Los científicos de todo el mundo se han expresado de manera concluyente. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado conjuntamente por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), constituye una de las colaboraciones científicas más amplias y exitosas de la historia. Su cuarta evaluación de la ciencia del cambio climático no deja lugar a dudas: las actividades humanas están alterando la atmósfera y el planeta se está calentando. A no ser que actuemos ahora y con un sentido de urgencia acrecentado, existe el riesgo de que los sistemas medioambientales de la Tierra sobrepasen un punto de no retorno más allá del cual serán inevitables los impactos costosos y altamente perturbadores en todo el mundo.
En opinión del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, si los patrones actuales de emisiones no cambian, se espera que las temperaturas globales aumenten entre 1,8º y 4º Celsius. Un calentamiento de esa magnitud resultaría altamente perjudicial —si no catastrófico— para el medio ambiente, la economía y la sociedad, y afectaría de manera desproporcionada a los pobres del mundo, cuyos medios de vida se encuentran más ligados a la agricultura y otros recursos naturales.
El cambio climático es sin duda el mayor reto medioambiental a que se enfrenta la humanidad y podría también ser el mayor reto económico y político. No menos imponente es el reto de forjar un consenso mundial sobre estrategias de cooperación para la mitigación y adaptación al cambio climático. No obstante, la comunidad científica internacional se ha pronunciado de manera clara. Si no se actúa de manera rápida y directa, el cambio climático global tendrá peligrosos efectos para la economía y la seguridad mundiales. Ha llegado el momento de escuchar las opiniones de los encargados de la formulación de políticas, en particular en relación a la cuestión de la energía.
Debemos cambiar nuestra manera de producir, usar y conservar la energía. Poseemos la tecnología necesaria. Transformar la economía energética mundial a fin de aprovechar nuevas tecnologías pudiera ser el motor que impulse una nueva era de desarrollo económico internacional. Los beneficios derivados del aprovechamiento de esa enorme oportunidad serían significativos para todos los países, especialmente para los más pobres del planeta, muchos de los cuales carecen de los servicios modernos de energía necesarios para competir en la economía actual. El futuro está en un mejor uso de la energía disponible junto con una utilización creciente de fuentes de energía limpia y renovable como la solar y eólica o los biocombustibles. Al desarrollar esas oportunidades se generará un nuevo crecimiento económico y el planeta comenzará a sanar. La sociedad de investigación científica Sigma Xi ha señalado con contundencia una hoja de ruta de esas características en un informe de 2007 dirigido a la Comisión sobre el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que lleva por título Confronting Climate Change: Avoiding the Unmanageable and Managing the Unavoidable (Enfrentarse al cambio climático: evitar lo ingestionable y gestionar lo inevitable).
Si bien es cierto que todos los países deben contribuir a evitar cambios climáticos catastróficos, los que han contribuido especialmente al problema tienen también una especial carga de responsabilidad. Los Estados Unidos, que son responsables de casi el 25% de las emisiones mundiales, ejercerán gran influencia en la manera en que evolucione el futuro energético del mundo. Pero hasta la fecha, y a pesar de su ratificación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992, el gobierno de los Estados Unidos ha rechazado el acuerdo para aplicación de la Convención, el Protocolo de Kyoto, y ha bloqueado cualquier progreso ulterior de las negociaciones internacionales sobre cuestiones climáticas.
Sin embargo, durante el último año se ha incrementado dramáticamente el apoyo político nacional a acciones relativas al calentamiento de la Tierra. Parece inevitable que quien acceda al cargo de presidente de los Estados Unidos en 2009 tendrá que traer a su país de vuelta al redil del proceso mundial. Hay tres razones que sustentan ese cambio político: una mayor comprensión de la cuestión en sí impulsada en gran parte por la excelente película del antiguo vicepresidente, Al Gore, titulada Una verdad incómoda; un mayor reconocimiento de los riesgos, sufridos en carne propia a través del efecto devastador del huracán Katrina; y un notable aumento de la actividad a nivel estatal y local así como en grupos que normalmente no se han venido considerando particularmente sensibles a la cuestión del medioambiente, tales como el mundo empresarial, los inversores y los agricultores.
Los indicios de un nuevo enfoque en lo que respecta al clima y la energía son numerosos. Siete estados nororientales del país están utilizando un sistema regional de limitación y comercio de las emisiones para reducir las emisiones de dióxido de carbono. La asamblea legislativa de California ha exigido la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero del estado en un 80% para el año 2050, y el gobernador Arnold Schwarzenegger ha confeccionado una orden ejecutiva que requiere que las refinerías de petróleo y los comercializadores de gasolina de California reduzcan sus emisiones en un 10% para 2020. La United States Climate Action Partnership (Coalición Estadounidense de Acción sobre el Clima), un importante grupo de líderes empresariales de reciente creación, ha hecho un llamamiento en favor de controles obligatorios de las emisiones de gases de efecto invernadero. Este grupo es consciente de los riesgos del calentamiento de la Tierra así como de las considerables oportunidades económicas a que dará lugar un cambio sustantivo de los sistemas energéticos mundiales. El impacto económico de la revolución energética del siglo XXI será tan significativo como la revolución digital del siglo XX.
En 2004, General Electric se fijó el objetivo de alcanzar los 20.000 millones de dólares de ventas anuales de productos eficientes desde un punto de vista energético para 2010; en 2005, ya estaba a medio camino de lograrlo con ventas en torno a los 10.000 millones. Recientemente, el gigante de la distribución Wal Mart se propuso la meta de incrementar la eficiencia energética de su flota de vehículos en un 25% en un período de 3 años y de duplicarla en un período de 10 a través de una reducción del 30% en la energía utilizada en sus establecimientos y una inversión de 500 millones de dólares en proyectos de sostenibilidad. El beneficio económico y la protección medioambiental van de la mano. Muchas otras empresas de sectores tan variados como la banca (Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Citigroup), la industria química (DuPont, Dow) y los seguros (Swiss Re, AIG) se han fijado metas similares. Además, el capital riesgo fluye de repente hacia las empresas de energías limpias en sectores tales como los biocombustibles y la energía solar y eólica, cuyas ventas están experimentando una aceleración sobre una ya nada desdeñable base de crecimiento de dos dígitos. Todas éstas son estrategias en las que todos ganan, las empresas y la sociedad: son buenas para la cifra de beneficios, para los inversores, los consumidores, la imagen de las empresas, la seguridad nacional y el medio ambiente.
En marzo de 2007, decenas de inversores institucionales responsables de activos valorados en más de 4 billones de dólares hicieron un llamamiento a los legisladores estadounidenses para que se promulguen leyes federales contundentes con el objetivo de contener la contaminación que causa el cambio climático. El grupo, al que se unió más de una docena de empresas estadounidenses de primera línea, hizo especial hincapié en la necesidad de mayor certidumbre respecto de la inversión, al tiempo que hacía un llamamiento para que se definieran unas líneas políticas claras a nivel nacional con objeto de reducir las emisiones lo suficiente como para evitar el peligroso impacto del calentamiento de la Tierra. Más de 400 organizaciones —grupos agrícolas y medioambientales e importantes empresas— han respaldado una iniciativa basada en la agricultura que propugna el que para 2025 el 25% de la energía estadounidense se produzca por medio de recursos renovables como el viento, la luz solar y los biocombustibles. Los agricultores y otros propietarios de tierras son conscientes de que incrementar la producción energética procedente de la biomasa y el viento los beneficiará directamente e impulsará el crecimiento económico en el medio rural. Los estadounidenses apoyan de manera abrumadora esta visión de “el 25 para el 25”: el 98% de los votantes declara que éste es un objetivo importante para el país. El éxito que supone el haber forjado esas alianzas hace de éstas un modelo a seguir para la acción a nivel global. Con ese objetivo en mente, la Fundación de las Naciones Unidas y el Club de Madrid han lanzado la iniciativa del Liderazgo Global para la Acción Climática, una organización independiente integrada por 66 antiguos jefes de Estado y gobierno procedentes de 50 países democráticos de todo el mundo.
Esta asociación tratará de forjar un consenso sobre un nuevo marco que pueda ser de ayuda en la orientación de futuras negociaciones que persigan alcanzar un convenio internacional factible y ejecutable para el período posterior a 2012 —después de que el Protocolo de Kyoto expire—, un acuerdo que se asiente en torno a compromisos nacionales cuyo objetivo sea un cambio constructivo en la producción y el uso de la energía. A nivel internacional, responder al cambio climático representa la oportunidad de lograr aspiraciones económicas comunes. Por ejemplo, existe una gran —y creciente— demanda no satisfecha de productos agrícolas que puedan convertirse en biocombustibles sustitutivos de la gasolina y el diesel. Las perspectivas de uso de cultivos no alimentarios tales como las hierbas de crecimiento rápido y los aceites no comestibles son más alentadoras incluso. Debido a que la demanda de combustibles para el transporte es tan grande, los biocombustibles ofrecen a los agricultores inmensas oportunidades de mercado. Si los combustibles destinados al transporte se producen de forma sostenible desde el punto de vista del medio ambiente, pueden reducirse dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Esto será positivo para todos los países y agricultores, pero los países pobres serán los más beneficiados porque son ellos los que sufren de manera desproporcionada los elevados precios del petróleo. Las subidas de precios de los últimos años han costado a los países pobres entre 3 y 5 veces más de lo que han ganado gracias a la muy merecida condonación de la deuda. Invirtiendo en biocombustibles, estos países podrían producir su propio combustible para transporte, reducir los costes energéticos, crear nuevos puestos de trabajo en la economía rural y, en última instancia, establecer mercados de exportación. Pero, a pesar de ello, no deben ignorarse los obstáculos que todo lo anterior plantearía, incluidas cuestiones espinosas como son los derechos de propiedad de la tierra, la gobernanza y las infraestructuras. Aún así, el desarrollo de la bioenergía ofrece a los países pobres una oportunidad de reducir su costosa dependencia del petróleo y de atraer de forma más efectiva la clase de inversión extranjera que puede modernizar sus prácticas agrícolas e incrementar su producción alimentaria.
Las mejoras de la eficiencia energética son un ejemplo de los “frutos al alcance de la mano” que resultarían de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. A través de un enfoque nuevo y un esfuerzo coordinado, sería posible duplicar la tasa de mejora de la eficiencia energética en sectores como el transporte y la construcción, acelerándose así el despliegue de tecnologías existentes y alterando los incentivos para conseguir que consumidores y empresas tengan en mayor consideración la eficiencia energética. Esto no sólo se traduciría en beneficios medioambientales sino que también reduciría los costes energéticos, razón por la que hay quienes prefieren referirse a este enfoque como inversión en productividad energética.
Creemos que hay esperanza de proteger el clima de la Tierra si se colabora en la búsqueda decidida de oportunidades innovadoras para transformar los sistemas energéticos más ineficientes y anticuados del mundo. Es posible recabar el apoyo político y público necesario para apoyar tales acciones siempre y cuando los beneficios económicos y sociales relacionados se reconozcan y valoren. Sin embargo, no podemos permitirnos esperar más. Por el bien del planeta y para dejar a nuestros hijos y nietos la clase de mundo que nosotros hemos disfrutado, debemos actuar ahora.
BIOGRAFÍA
El Honorable Timothy E. Wirth es Presidente de la Fundación de las Naciones Unidas, una organización sin ánimo de lucro que fomenta las colaboraciones del sector público con el sector privado con objeto de solucionar los problemas más importantes del mundo y recaba apoyo para las Naciones Unidas a través de su labor de promoción y difusión. El señor Wirth también ha ocupado el cargo de Subsecretario de Estado para Asuntos Mundiales de los Estados Unidos y ha sido miembro del Senado y la Cámara de Representantes de ese país.